100.000 hectáreas de viñedos; 57 denominaciones de origen, 13.000 châteaux elaboradores... Las cifras marean o, hablando del tema que nos ocupa hoy, podríamos decir que ‘embriagan’. Son los números que relacionan a la vid con la región francesa de Burdeos, donde históricamente, se ha producido más y mejor vino. No por casualidad, lo que 'se cuece' en las barricas de esta zona ha sido y es referente a nivel mundial en el sector enológico.
Pero, cuidado, porque cantidad y calidad no siempre son sinónimos. Así por ejemplo, los grandes y míticos tintos firmados por los châteaux de más prestigio están lejos de representar la totalidad de la producción bordelesa. De hecho, con el objetivo de clasificar toda esa ingente producción vitivinícola, en Burdeos se utiliza la conocida organización por Crus. De esta manera, la clasificación queda como sigue:
-Grands Crus Classes, son los châteaux más cotizados y se agrupan en premier cru, segundo cru, tercer cru y quinto cru.
-Cru Bourgois, son los châteaux de calidad no incluidos entre los Grand Crus Classes.
Pero... ¿de qué depende que un vino pertenezca a una clasificación u otra? Obviamente la calidad de la vid tiene mucho que decir en este sentido, sin embargo, el gran tesoro de Burdeos son más sus viticultores que sus viñedos. Los llamados ‘vignerons’ que han sabido mantener lo mejor de una tradición milenaria; bodegueros que saben hacer frente mejor que nadie a las inclemencias meteorológicas que pueden dañar las vides. Un claro ejemplo lo encontramos en la añada de 2006, recién salida al mercado, que tuvo que enfrentarse a un septiembre muy caluroso y con abundantes lluvias, y que puso en jaque a buena parte del viñedo europeo. De ahí el abismo cualitativo que existe entre las bodegas que supieron contrarrestar estas difíciles condiciones con una exigente viticultura y las que no supieron hacerlo.
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