martes, 20 de noviembre de 2012
Vinos argentinos que despiertan suspiros
Vinos argentinos que despiertan suspiros, sobre todo cuando se comprueba que mejoran con el tiempo. Pero hay uno que por historia, prestigio y consistencia se ha convertido en el vino más buscado para degustar atravesando sus cosechas. El Estiba Reservada, el vino ícono de Catena Zapata, desde 1990 marca el camino.
Debo confesar que es un vino que conozco bastante porque siempre en la bodega tienen ganas de compartir. Sobre todo, de hacer este tipo de degustaciones para dejar bien en claro que desde la primera cosecha, la 1990, la intención del Estiba Reservada fue la misma: ser un gran vino argentino que trascienda los años, que permita con su evolución brindar pistas para seguir mejorando y ajustando detalles. Sí, porque es un vino cargado de sutilezas, desde el vamos. Luego, la historia lo colocó en su merecido lugar. No sólo se trató de un ícono comercial con su inolvidable packaging de felpa gris envolvente o su clásica y elegante etiqueta. También su calidad siempre estuvo a la altura de las circunstancias, es más: es evidente que las ha superado. El mito fue creciendo con el correr de los años y se mantiene firme en su posición de vino icónico argentino. Ese mismo que uno desea regalar cuando quiere agasajar o quedar muy bien. Ese que se quiere compartir cuando se viaja lejos con la sana intención de demostrar que en nuestro país también se conciben grandes vinos como en Francia, Italia o España.
Un poco de historia
Nicolás Catena tuvo una visión cuando viajó a Estados Unidos a fines de los ochenta y pasó por Napa Valley. Se dio cuenta de que en la Argentina, como en aquella zona vitivinícola que él estaba recorriendo, también se podían hacer grandes vinos. Así nacieron sus vinos más pretenciosos, y este es el icónico. Mucho tiempo después llegaría la versión para el mercado externo (Nicolás Catena Zapata). Porque, como todo buen bodeguero europeo, el doctor Catena sabía que primero debía ser profeta en su tierra.
Pero como la historia había que escribirla con vino, Catena se propuso apostar al rey de los tintos desde el vamos: el Cabernet Sauvignon. No sólo por su fama internacional de variedad plástica y adaptable, ni tampoco por su potencial de guarda, sino porque la intención era competir –de igual a igual– con los mejores tintos del mundo: los de Burdeos, de la margen izquierda del río Gironda (Château Lafite, Château Latour, Château Mouton-Rothschild, entre otros). Hay que pensar que a fines de los ochenta del Malbec no se hablaba como hoy y los pocos vinos con atributos diferenciales que se elaboraban en el país eran a base de dicho varietal y a imagen y semejanza de dicha zona francesa.
Pero no era cuestión de una emulación de manual librada al azar de nuestros terruños y nuestra naturaleza. Había que ir más allá. Por eso, Nicolás viajó con su hija Laura y juntos degustaron muchos de los vinos con los cuales había que competir. Y fue la dupla Galante-Marchevsky la que pudo convertir en vino aquellas visiones de Nicolás Catena.
Pero el tiempo vuela. Hoy, aquella primera cosecha de 1990 ya cumplió veinte años en el mercado. Personas afortunadas con botellas de esas en su cava, como el señor Ernesto Lanusse (Espacio Dolli), pueden dar fe del potencial que aún tiene ese vino.
En esencia no se modificó mucho desde su nacimiento, al menos en su primera década.
El cambio de mileno trajo consigo muchas innovaciones. Desde el manejo de las viñas y los diversos terruños hasta la tecnología en bodega y también la forma de pensar el vino. Esta vez fue el turno de Alejandro Vigil, actual jefe de enólogos de la casa.
Vigil responde con creces a la sed de investigación y desarrollo impuesta por el doctor y su hija en pos de encontrar las mejores expresiones de sus terroirs. Pero esa adrenalina no se podía volcar a esta etiqueta, al menos no toda.
Hoy es el Estiba Reservada 2006 el último lanzamiento (mediados de 2011) y a decir por su impacto en el mercado, llegó para hacer crecer el mito.
La leyenda continúa
Es muy interesante ver cómo los vinos añejos siguen vivos o, incluso, evolucionan. Pocos de ellos demuestran potencial, o al menos es lo que sostengo, ya que llega un momento en el que el vino adquiere un estadio de equilibrio y complejidad que puede perdurar por muchos años, pero no seguir mejorando. Claro que sobrevivir es una virtud, pero mucho más, demostrar que, a pesar del paso del tiempo, un vino puede seguir diciendo cosas.
Degusté recientemente en la cava de la bodega de Agrelo (sí, “la pirámide”) cuatro cosechas: 1997, 2000, 2004, 2006. Fui del más nuevo al más antiguo, aunque mis compañeros de ruta prefirieron ir de atrás hacia delante. Lo más interesante fue ver cómo las opiniones quedaron repartidas en función de los gustos personales. Y si bien no me preocupa mi gusto, sino la posibilidad que tengo de apreciar un vino y poder comunicarlo de la manera más objetiva posible en función de su calidad, el intercambio de pareceres amplió mi visión.
Soy de los que creen que la biblioteca nacional de vinos argentinos aún está semivacía. Y por más que este vino tenga más de veinte cosechas (con las que están en bodega esperando su turno), sigue siendo una excepción como otros pocos. Con los años, esa biblioteca imaginaria se llenará de tomos (buena palabra para nuestro tema) y recorrerla será un placer. Sobre todo, por las enseñanzas, pero, en especial, por el potencial que –estoy seguro– desarrollarán nuestros vinos argentinos de hoy en los próximos diez, veinte o treinta años. Paciencia, todo llega.
1) Estiba Reservada 2006 / Catena Zapata, Mendoza, $1.480
Aromas bien dirigidos, con buena fruta negra de baya y perfumes herbales. Paladar franco, fluido y con nervio. Taninos incipientes, con cuerpo (estructura), pero liviano, bien a lo francés, aunque con la vivacidad de la fruta. No abusa para nada de lo goloso ni de la sobremadurez, es vibrante con delicadeza. Necesita más botella para ganar más complejidad y elegancia. No es muy largo, pero sí muy expresivo, con sutilezas y una textura firme que garantizan su potencial. Un comentario muy personal: inaugura una nueva era en la historia de este vino.
2) Estiba Reservada 2004 / Catena Zapata, Mendoza (*)
Classy (vino moderno, pero con sabores y texturas tradicionales), elegante y muy integrado, pero a la vez muy lineal en su expresión. De muy buena fluidez, con taninos incipientes y un paladar franco. Linda textura y cierta complejidad de sabores. No es muy profundo, pero sí muy drinkable, diría Brascó. Para mí, está para tomar y no para ganar más complejidad en la botella, aunque su vida en la estiba sea larga.
3) Estiba Reservada 2000 / Catena Zapata, Mendoza (*)
Sus aromas son complejos, algo ahumados, pero muy sutiles. Se siente el paso del tiempo en los tonos de tierra mojada. Presenta muy buen volumen, más que los que siguen (los más nuevos) y los taninos se mantienen firmes. En su final, asoman las notas herbales y las piracinas de un Cabernet Sauvignon maduro. Se nota que aún tiene mucho para dar, aunque ya su perfil de aromas y sabores esté bien definido.
4) Estiba Reservada 1997 / Catena Zapata, Mendoza (*)
De aromas bien delicados e integrados, no se siente tanto el paso del tiempo como en el 2000. Sin embargo, su estructura es algo más débil. Terroso, con agarre y agradable profundidad. Algo seco sobre el final, pero con una muy noble evolución. Un gran vino, de una gran cosecha, símbolo de otra era vínica argentina que sigue dando que hablar.
Fuente Infobae
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